De origen italiano, es una de las obras más exitosas de la Argentina, burló a la dictadura militar, se salvó de un incendio e hizo famosos a José Ángel Trelles y Vicky Buchino
Durante la segunda mitad de la década del 70 los gobiernos de facto y la censura obligaban al estreno de obras de contenido liviano. Y aunque se tilde al teatro musical de frívolo y superficial, fue uno de los géneros a los cuales más apuntó la censura y la intolerancia. En 1971 los integrantes del elenco de Hair tenían que llevar una credencial que los identifique para no ir presos, aunque de todos modos visitaban a diario las comisarías e incluso fue asesinado uno de ellos. En 1973 una lluvia de bombas molotov incendió el teatro Argentino, donde se iba a estrenar Jesucristo Superstar; y Chicago pudo estrenarse en 1977, probablemente porque las autoridades de aquel entonces no comprendían la metáfora planteada por Bob Fosse, John Kander y Fred Ebb.
Les iba un poco mejor a los musicales de contenido liviano y superficial, con temáticas inofensivas como Los ángeles de Vía Venetto (1971), Diferentes (1974), Dulce... dulce vida (1976), ¡Viva la pepa! (1977), Frutilla (1979) y la nueva versión de El sombrero de paja de Italia (1979), en el teatro Nacional Cervantes. Pero una de las más exitosas comedias musicales de la cartelera nacional, pudo esquivar a la censura. Aunque le costó sangre, sudor y lágrimas llegar al estreno: El diluvio que viene. Hubo un incendio, pero también un milagro. Hubo censura, pero también un aplauso interminable.
Bajo una apariencia (deliberada) de candorosa trama dócil y liviana, sus autores crearon una comedia de contenido aparentemente inofensivo que, en realidad, era una fuerte crítica a la Iglesia católica como institución. Es de origen italiano y fue creada por Pietro Garinei y Sandro Giovannini, algo así como los padres de la comedia musical de ese país. Ya Buenos Aires había podido apreciar dos de sus títulos taquilleros: Buenas noches, Carina (1962), con Ana María Campoy, José Cibrián y Enrique Serrano, en el Astral; y Rugantino (1964), con Nino Manfredi y Ornella Vanoni, en el teatro Coliseo. En el caso de El diluvio que viene, compartieron la autoría con Iaia Fiastri y Armando Travaioli. Es una obra emblemática del género que se estrenó con éxito en Italia, España y muchos países de América latina.
Nació bajo el título Aggiungi un posto a tavola, el 18 de diciembre de 1974, en el teatro Sistina, de Roma, con un elenco integrado por Johnny Dorelli (el actor que más veces representó al padre Silvestre), Carlo Croccolo, Tania Piattella, Alida Chelli, Adriano Pappalardo y Christy, entre otros. Es el espectáculo que más tiempo ha permanecido en cartel en Italia (fue vista por más de 800.000 personas). Como After Me the Deluge, se estrenó en Londres el 9 de noviembre de 1978, en el teatro Adelphi, en una adaptación de David Forrest y Leslie Bricusse, con el mismo Dorelli junto a un elenco local. Aunque permaneció algún tiempo en cartel, la obra no se convirtió en un éxito porque el tema del celibato no era relevante para el público británico. También se representó en Austria, Hungría, Alemania, Rusia y Brasil. Las puestas en habla hispana de Buenos Aires, Madrid, México y Santiago de Chile siempre tuvieron varias reposiciones.
La historia transcurre en una aldea desconocida, donde vive Silvestre, un joven sacerdote cuya tarea más dura es dirigir el coro de su iglesia. Un buen día, recibe un llamado telefónico muy peculiar. Es Dios, quien lo sorprende al comunicarle que mandará a la Tierra un nuevo diluvio universal debido al mal comportamiento de los hombres, pero su aldea es la elegida para sobrevivir al desastre. Tendrá que cumplir con tres obligaciones: reunir a todos los animales, destinar una noche para la procreación y construir el arca que los salve. En ese marco, transcurren diferentes situaciones provocadas por los principales personajes. El Alcalde del pueblo, representante del poder, se opone terminantemente a ceder su tan preciada madera para construir el arca y trata al cura como loco; Clementina, su joven hija, está perdidamente enamorada de Silvestre y se lo hace saber cada vez que acude al confesionario; en tanto Totó, es un muchacho inocentón que nació con un defecto: le falta su miembro viril. Todo se complica cuando llega al pueblo Consuelo, una prostituta que casi echa a perder la noche de la procreación, si no hubiera sido por un milagro de Dios que le devuelve a Totó lo que nunca tuvo. Bueno, hasta ahí, no hay nada contestatario... A simple vista.
En realidad, todo el público se dará cuenta de que Silvestre y Clementina son la pareja perfecta. Y que se quieren, salvo por el detalle de que él es un cura y su religión no se lo permite. El candor de la obra está tan bien elaborado que cualquiera podría pensar que el celibato es una injusticia, por lo menos para esta encantadora pareja. En el segundo acto, Dios asegura que él nunca dijo que los sacerdotes no podrían estar con nadie y autoriza a Silvestre –para esos instantes, confeso enamorado–, a aceptar a Clementina. A través del defecto de nacimiento de Totó, los autores se refieren a los efectos del dogmatismo extremo. Cuando Totó se libera, es feliz junto a Consuelo que, de ese modo, abandona la prostitución. Por otra parte, en una de las últimas escenas aparece un breve personaje que representa a la Autoridad. En la versión local estaba representado por un actor que caminaba en zancos, vestía uniforme de cierto tipo de almirantazgo y no hablaba sino que emitía sonidos con una especie de silbato seco dentro de su boca. Era obvia la ridiculización de la clase dominante, aunque en el libreto original ese personaje era un obispo. Fue un cambio pertinente para la época, porque de otro modo, no hubiese podido representarse. “El diluvio… sufrió la censura, sin dudas. Decíamos: ‘Qué bella es la autoridad, qué linda es la autoridad’... en lugar de decir ‘¡qué bello es el general, qué lindo es el general!’ que figuraba en el libro original. Se cambió por la autoridad para dar una sensación de religiosidad mayor, más libre de política, de lo que estábamos viviendo. De todos modos, mi personaje no sufrió censura. Consuelo fue tan tierna que esa prostituta era tan buena mina, tan hermosa que no la podía censurar ni la propia censura. Como llegó la hice, traté de mejorarla. Y creo que estuve bien. Tuve muchas satisfacciones. Recibí premios. Fui feliz. Fue un sueño. Lo viví como un sueño”, recuerda Graciela Pal, la primera Consuelo de la versión local.
El diluvio que viene se estrenó en Buenos Aires el 19 de abril de 1979. José Angel Trelles se metió en la piel del padre Silvestre en más de 3 mil funciones, durante cuatro años y en la reposición de 1985. Su historia está ligada con muchas casualidades. Nunca había trabajado como actor y hacía muy poco tiempo que su nombre sonaba por haber cantado junto a Astor Piazzolla. Por aquel entonces participaba en uno de los shows de Michelángelo, cuyo director artístico era el maestro Víctor Buchino, a su vez director musical del proyecto. Allí, éste lo escuchó cantar “Los pájaros perdidos”, de Piazzolla y Ferrer, y vio que finalizaba el tema con las manos juntas, como en posición de rezo. “Este es el cura”, se dijo.
Hacía muchos días que, junto a los productores Alberto Closas y Fernando Prado (esposo de Nati Mistral) buscaban al protagonista de aquella obra que había triunfado en España e Italia y que planeaban estrenar en el teatro Avenida. De todos modos, el cantante no estaba convencido de aceptar el personaje porque nunca había trabajado como actor ni sabía bailar. Cuando fue a la primera entrevista y le enseñaron los primeros pasos de baile, saludó a todos y se fue. Ya estaba elegido todo el elenco pero hacía semanas que los productores buscaban al protagonista.
“Gracias a Dios, llegó Silvestre”, le dijo el productor español Fernando Prado a su secretaria al ver por primera vez a Trelles. Hubo que mentir para hacerlo volver. No dejó pasar una hora y Prado lo llamó a su casa diciéndole que quería contratarlo para un show con Nati Mistral y la orquesta de Osvaldo Berlingieri. “En 15 minutos te espero en el teatro”, le dijo. Lógicamente, el cantante lo hizo. Allí lo obligaron a sentarse en el escenario y lo intimaron a “no abrir la boca en media hora”. Le leyeron los primeros cuadros del espectáculo y la primera frase que dijo Trelles fue: “¿Cuánto hay que pagar para hacerlo?”. Se enamoró de la obra que representó durante tantas noches. Así, sin experiencia como actor y bailarín, pero con el phisic du rol justo, debió someterse a 16 horas diarias de ensayo durante tres meses.
“El diluvio... es uno de los recuerdos más maravillosos de mi vida. Lo volvería a hacer todas las veces que me lo pidieran. Después de hacerla durante tanto tiempo podría estrenarla en media hora. Hasta recuerdo perfectamente la letra y las canciones de los demás. Silvestre es un rol soñado para cualquier artista. Pero no es una obra para cualquiera. Hay que cantar en serio y todos, sin excepción, tienen que ser muy talentosos”, recordó José Ángel Trelles en una entrevista para el libro Historia del teatro musical en Buenos Aires, de quien esto escribe.
Vaivenes con la censura
Una mala información llegó a los oídos de la censura del gobierno militar: Consuelo, la prostituta, se acostaba con el cura. Fue motivo suficiente para que mandaran a pedir el libro un día antes del estreno. Aunque fueron muy leves, tuvieron que hacer algunos cambios en la historia. En uno de los números musicales, Silvestre y Clementina se chocan en un descuido y se besan. “Yo he besado a Clementina”, le decía el cura a Dios. “¡Bienvenidos los hijos varones!”, le replicaba éste. Se cambió por la frase “Yo he pensado en Clementina” y se eliminó el beso.
A su vez, vaya a saber por qué razón, no se permitía mencionar a San Lucas. Y en un momento de la pieza, el cura decía: “Como dice San Lucas: los hombres volvieron a sus mujeres corriendo”. Hubo que decir: “Como dice La Biblia...”. “El día del estreno tuvimos que reservar una franja de doce filas para los tipos de la censura y para los milicos, con sus esposas. Las que salvaron a la obra fueron esas mujeres, que aplaudieron de pie. Al poco tiempo, también vino a verla (Jorge Rafael) Videla con su mujer. Desalojaron dos filas para que fuera con su custodia, pero se sentaron solos. Nos dirigió una carta de felicitación. Pero, de todos modos, había algunos que eran más papistas que el Papa y querían prohibirlo”, recuerda Trelles en la misma entrevista.
Vicky Buchino tuvo a su cargo el papel de Clementina, mientras que Graciela Pal encarnó a Consuelo, Jacques Arndt al Alcalde, Charly Diez Gómez (integrante de los famosos Trisinger) a Totó y Valeria Vanini a Consuelo, dirigidos por los españoles Ramón y Antonio Riva, y al frente de un virtuoso elenco de intérpretes. “Mi primer vínculo con la obra fue a través de mi papá porque él era amigo de Alberto Closas y, como era el socio de Fernando Prado, el marido de Nati Mistral, lo convocaron primero a él para hacer la dirección musical. Yo estaba haciendo teatro infantil, un día llegué a mi casa, me hizo escuchar la música y no podía creer lo que estaba escuchando –recuerda Vicky Buchino, quien comenzó una gran carrera a partir de ese protagónico–. Yo pretendía que mi papá me pusiera a dedo, pero me mandó directo a participar en las audiciones y quedé. Sin ningún tipo de presión de mi viejo, fui e hice la audición con unas cuantas compañeras más. Por supuesto, hay un antes y un después de El diluvio que viene en mi historia. No pasa una semana de mi vida que alguien no me hable de ese musical. Todos, hasta los más jóvenes, porque sus abuelos o sus padres les hablaron de la obra”.
Graciela Pal lo recuerda como cuatro años “de un éxito impresionante”. “Significó estar en un lugar en donde nunca soñé estar; ni cuanto empecé a los catorce años porque hacer El diluvio que viene era hacer magia todas las noches. Fue mágico. Todo. Nos traían de España las pelucas y el vestuario a medida, era impresionante. Llegué a la obra porque me fueron a ver los directores, los hermanos Riva, al Embassy donde estábamos haciendo Aquí no podemos hacerlo, de Pepe Cibrián y Luis María Serra; y vieron en mí a Consuelo. Yo sugerí sea española porque si era forastera, como decía el texto de la obra, ¿por qué no podía hablar en castizo?”, recuerda Pal en una charla con LA NACION.
El diluvio que viene debía debutar la primera semana de abril de 1979 en el teatro Avenida, pero un incendio en el contiguo Banco Interamericano Regional contagió el fuego y acabó con casi todo el teatro. Por milagro se salvaron de la destrucción los masters musicales (ya que no había orquesta), el vestuario y toda la maquinaria escenográfica que presentaba innovadores decorados giratorios y transformables. “Para nosotros fue un milagro. Nadie supo si fue un incendio accidental o intencional porque habíamos recibido amenazas. Pero la destrucción fue total y, en el medio de todo ese caos, quedó un círculo intacto donde estaban todos los elementos que nos permitirían seguir con la obra”, explicó Vicky Buchino, la protagonista femenina de la pieza, también en Historia del teatro musical en Buenos Aires. “De hecho no me animaría a decir que la obra haya zafado tanto de la censura. Hubo cosas que se tuvieron que suavizar. Hubo autocensura. Es muy curioso que el Avenida se haya incendiado 24 horas antes de debutar cuando yo había recibido amenazas telefónicas en mi casa, y me parece que Trelles también. Así que El diluvio zafó porque lo hicimos zafar nosotros. No yo, sino el director Ramón Riva. Si no se suavizaba como ocurrió la hubieran censurado o prohibido”, agregó Buchino, en charla con LA NACION.
Pero El diluvio que viene tuvo otro inmediato golpe de suerte. A Alejandro Romay no le estaba yendo muy bien con otro musical: Yo quiero a mi mujer, en su teatro El Nacional, con Leonor Benedetto, Gerardo Romano, Blanquita Silván y Rudy Chernicoff. Cuando se enteró de que El diluvio que viene se había quedado sin sala, decidió levantar su producción. Así fue como el 19 de abril se pudo estrenar en esa sala, donde permaneció hasta 1980 para trasladarse al teatro Cómico (actual Lola Membrives).
Los repositores españoles no se tomaron el trabajo de adaptarla al castellano que se habla en la Argentina y la estrenaron con el mismo libreto que en España. De este modo la primera canción de la obra se llamaba “Un nuevo sitio disponed” y el terrible error gramatical de “Cuando el arca se detendrá” permaneció durante muchas temporadas. De todos modos, el público la amó y se mantuvo en cartel durante tres años casi ininterrumpidos (salvo por las mudanzas de teatro). Además de ser una de las comedias musicales de mayor permanencia en cartel (tal vez la primera), es una de las que más reposiciones tuvo en la Argentina. Hasta sus últimas funciones, trabajó a sala llena de martes a domingos, con dos funciones los tres últimos días de la semana. Por aquel primer elenco también pasaron Rodolfo Valss, Laura Rivó, Leticia Daneri y Oscar López Pensa, entre muchos otros. Su banda sonora permanece en un LP que tuvo muchísimas reediciones y un casette.
Vicky Buchino recuerda el trabajo musical realizado: “Víctor Buchino, mi papá, era una pata más de la mesa, iba a todas las funciones, era muy estricto, muy rígido por momentos. No permitía desbandes de ninguna naturaleza. Tuvimos cosas increíbles como estar casi un mes grabando todos los coros. Que de hecho se siguieron usando en las versiones sucesivas. Fueron coros muy importantes y una puesta musical muy importante. Si bien los masters venían de Italia, mi viejo se ocupo de adaptar. Fue un gran compañero de laburo”.
En 1985 se reestrenó en el teatro Astral, donde estuvo durante 15 meses en cartel, para continuar durante tres años más de gira por las principales ciudades del país. Por ejemplo, en Mendoza estuvo muchos meses con Rodolfo Valss en el papel protagónico. Estaba protagonizada por Trelles, Marianella, Graciela Pal, Héctor Pellegrino, Oscar López Pensa y Romana Farres. De aquel elenco formaron parte Sandra Guida (que luego asumió el papel de Clementina), Gabriel Rovito, Tony Lestingi, Anahí Allué, Guillermo Aragonés, Jorge Baza de Candia y Patricia Pisani, entre muchos otros. “Parí en el cambio del Lola Membrives al Astral y, a los dos meses, estaba ahí otra vez, con las tetonas llenas de leche, manchando el vestido colorado de la presentación. Así dos de las cosas más importantes de mi vida se dieron en el mismo momento”, recuerda Pal.
Luego, en 1992, volvió a subir a escena en el teatro Lola Membrives, donde se mantuvo durante 9 meses, con Juan Darthés, Inés Estévez, María José Demare, Diego Jaraz, Alfredo Iglesias y Mónica de Andrés, en los papeles protagónicos. Otros artistas que pasaron por las filas de este clásico fueron Boris Rubaja, Daniela Fernández, Déborah Warren, Carlos Scaramella, Darío Petruzio, Ariel Tobío y muchos más.
Un detalle curioso para recordar es que la canción “Las hormigas mueven la montaña” fue adaptada para la publicidad televisiva de una importante firma láctea, que fue un jingle televisivo durante los dos últimos años de dictadura militar, ya que expresaba unidad para producir y salir adelante, y fue muy utilizada durante la época de la Guerra por las Malvinas.
Era en ese mismo momento en el que, mediante una coreografía muy moderna para la época, todo el elenco iba construyendo el arca; y al levantar las últimas maderas, el público exclamaba sorprendido a coro. “Fue una obra inmensa, un arca descomunal; desde arriba nosotros parecíamos hormiguitas. Giratorios dobles, una escenografía única, unos compañeros soñados. Éramos muchísimos en escena. Fue un hito en mi vida y en la vida de los espectadores. Me ha llegado a esperar gente a la salida diciéndome que era la septuagésima vez que la venía a ver. No se podía creer. No me venían a ver a mí, venían a ver El diluvio… que era una cosa única. Me encantaría que volviera ese momento. Repetir esa obra sería un sueño. No creo que se pueda hacer, no están dadas las condiciones”, sueña Graciela Pal.
“El principal atractivo es la tramoya. Escenarios giratorios que vienen y van, complicados juegos de luces, trucos que provocan el asombro de la platea, diluvios figurados, la construcción de la proa de una enorme arca a la vista del público, trajes que se queman, simpáticas máscaras de animales, vistoso y variado vestuario, funcional utilería, coros, danzas, cantos, billetes que llueven sobre el escenario y la sala, y hasta una dócil y blanca paloma amaestrada que se posa suavemente en el respaldo de una silla en el centro del escenario sobre el final de la obra”, decía la crítica de LA NACION por aquel entonces.
Hubo más versiones. En el verano 2010-2011 volvió a subir a escena en Mar del Plata, bajo la dirección de Manuel González Gil, la coreografía de Rubén Cuello y la dirección musical de Martín Bianchedi. Arrasó con los Premios Estrella de Mar y tuvo en los papeles protagónicos a Juan Durán, Natalie Pérez, Julia Calvo, Pablo Nápoli y Juan Bautista Carreras. En 2012 se reestrenó en el Lola Membrives, producida por Laura Fidalgo, con Durán, Pérez, Nápoli, Carreras y Adabel Guerrero. Y una última chance tuvo en 2016, en el teatro Ópera, con Juan Durán, como Silvestre nuevamente, Sabrina Artaza, Déborah Turza, Pablo Nápoli y Juan Bautista Carreras.
“Fue una obra mágica porque está entre mis primeros musicales. Hello, Dolly!, con Libertad Lamarque; y El diluvio que viene, con Pepe Trelles, fueron los musicales que vi en mi vida y El diluvio… me fascinó. Por eso cuando me llamaron para hacerla sufrí tanto porque realmente no podía hacerla; estaba ensayando dos obras en Buenos Aires, 39 escalones en Mar del Plata y querían hacerla allí. Yo estaba ensayando mañana, tarde y noche y me daba pena negarme pero, a la vez, era imposible. Les dije que no con un dolor bárbaro, pero finalmente se dilató y se pudo dar. Carlos Spadone (el productor del Lola Membrives) nos facilitó toda la estructura giratoria que era complicadísima. Y lo llevamos al Tronador de Mar del Plata. Fue muy difícil el montaje técnico. Lo actoral estaba prácticamente terminado en Buenos Aires pero el armado en Mar del Plata fue muy complejo. Es un musical de una gran envergadura. Las proyecciones, las luces, eran muy complejas. Así que estrenamos una semana después de lo pensado. Hacerla fue entrañable. Amaba esa obra. Lo que provocó es que, al día de hoy, el grupo de los aldeanos sigue siendo amigo; se generó casi un grupo familiar. Es una obra emocionante. Todo fue producto de nuestra unión de El diluvio que viene en nuestras tres temporadas”, rememora Manuel González Gil a LA NACION.
Anécdotas: la paloma Moria e inconteniencias
El momento más conmovedor de El diluvio que viene es cuando, sobre el final de la obra, la paloma que representa a Dios desciende hasta el escenario y se posa en la silla vacía. Al animalito le habían enseñado sólo eso porque sabía que allí había comida. Pero la “paloma artista” escuchaba el aplauso y giraba hacia el público desplegando el plumaje de su cola, algo que nadie le había enseñado. Todos decían que era una vedette y la bautizaron Moria. Los acompañó durante los primeros cuatro años hasta que murió. Durante la temporada del Astral, las palomas se criaban en la terraza del teatro y la presencia de estos animalitos significaba otro rezo: que llegan correctamente a la silla porque a veces se encandilaban con la luz y cambiaban el rumbo mágico. “Sobre el final, cuando volaba la paloma porque venía Jesús a la mesa y le hacíamos sitio a un amigo más, le abríamos la puerta a los que lo necesitaran, al mundo, todas las noches generaba lágrimas. Nunca escuché ovaciones semejantes en toda mi vida”, recuerda Graciela Pal.
“Todos cuando ven a esa paloma que vuela a compartir la mesa como Dios, bajando del cielo, y a compartir la mesa con los aldeanos es totalmente emotivo. Haber estado en el armado y ver que esa paloma baja con hambre, a comer el maíz que se le pone en esa silla, porque así está entrenada y un poquito hambreada... ese detalle cruel de realidad le quitó la poesía que tenía para mí a aquel descenso del espíritu encarnado en esa paloma”, recuerda González Gil.
En El diluvio que viene, cada tanto, había problemas con los escenarios giratorios, impresionantes para la época. En segundos, la iglesia se transformaba en cuarto del cura, o plaza del pueblo. Tenían un solo técnico que sabía repararlos y, cada vez que lo llamaban, intentaba negociar en forma diferente. Así fue como, más de una vez, hubo que devolverle el dinero al público porque no se pudo hacer la función.
“Una vez me hice pis en el escenario. Nos divertíamos mucho. Sino era imposible. En la escena de ‘Tira el dinero’, del segundo acto, me tenté tanto tanto que me hice pis, literalmente”, confiesa Vicky Buchino.
La pista grabada también les trajo algunos contratiempos más de una vez. “Como trabajábamos con cinta, un día se cortó justo en el cuarteto de Consuelo, Clementina, Silvestre y Totó. Nosotros seguimos cantando a capella. Se vino abajo el teatro. Fue un éxito sin precedentes El diluvio que viene”, recuerda Buchino
La voz de Dios
No fueron tantos los actores que grabaron la voz de Dios para dialogar con el Padre Silvestre, desde el momento de la llamada telefónica hasta el final, cuando se hacía presente en forma de paloma. El primero que hizo prestó su voz a Dios durante unos ocho años fue Luis Tasca (que es a quien se escucha en la grabación original). Luego, en otras temporadas fueron Tincho Zabala y Manuel González Gil. Dios hablaba en castizo: “¡Edificante! Pero harás lo que yo te diga. Ya tendrás mucha gente a la que amar. Muchacho, a ti y a Clementina os encargo hacerlo con mejores almas que estas. Así que basta. ¡Zarpe la nave!”, le decía Dios a Silvestre. mientras el pueblo se ahogaba en pecado.
EL DILUVIO QUE VIENE: fichas técnicas
Estreno: 19 de abril de 1979. Permanencia: 3 años. Sala: Teatro El Nacional. En enero de 1980 se trasladó al teatro Cómico. Título original: Aggungi un posto a tavola. Libro: Iaia Fistri. Letras: Pietro Garinei y Sandro Giovannini. Música: Armando Trovaioli. Basada en: el romance After me the deluge, de David Forrest. Traducción: Giorgi. Adaptación: Félix Calderón. Arreglos musicales: Renato Serio y Ángel Gatti. Coreografía: Gino Landi. Reproducción coreográfica en Argentina: Carmelo Anastasi. Producción: Tabarca S.A. Dirección musical: Víctor Buchino. Dirección general: Ramón Riba y Antonio Riba. Elenco: José Ángel Trelles (Silvestre), Vicky Buchino (Clementina), Graciela Pal (Consuelo), Jacques Arndt (Don Crispín), Charly Diez Gómez (Totó), Leticia Daneri (Hortensia), Damián Duard (Autoridad), Estela Arcos, Mónica Belyea, María Bosch, Graciela González, Sara Duende, Judith Langa, Laura Rivó, María Marta Far, Skip Belyea, Tony Lestingi, Gabriel Persi, Juan Manuel Theler, Alfredo Suárez, Misael López, Claudio Longo, Jorge Gabioud, Ángela Da Silva, Mirta Ferrero, Liliana Isoba, Amancay, Diana Capasso, Roberto Lipreti, Guillermo Aragonés, Oscar López Penza y Luis Sawicki. Reemplazos: Guillermo Aragonés (Silvestre), Oscar López Penza (Totó), Laura Rivó (Clementina) y Valeria Vanini (Consuelo). También pasaron por el elenco: Oscar Yalj, Lucio Zarlenga, Omar González, Pablo Dasso, Willy Nantes, Víctor Vidal, Lelio Lesser, Luis Alberto Abecacis, Víctor Vidal, Valentino, Sergio Aguirre, Carlos Bandi, Rodolfo Valss, Ernesto Zucchi, Jorge Lorenzo, Carlos Leonhardt, Sergio Rebolini, Marcelo Iglesias, Ángela Da Silva, Lea Marturano, Silvia Pereyra, Marcela Rey, Miguel Rodríguez, Elio Russo, Estela Arcos, Eva Baunova, Iris Freud, Graciela Ianolfi, Renée Rouger, Sara Duende y Daniela Ahlin.
Estreno: 8 de enero de 1985. Sala: Teatro Astral. En enero de 1986 se trasladó al teatro Ópera, de Mar del Plata. Permanencia en cartel: 15 meses, más 3 años de gira por todo el país. Dirección musical: Mariano Crisiglione y Alejandro Porta. Coreografía original: Gino Landi. Reproducción coreográfica en Argentina: Sara Duende y Sergio Rebolini. Producción: Conart S.R.L. Dirección general: Mariano Crisiglione. Elenco: José Angel Trelles (Silvestre), Marianella (Clementina), Graciela Pal (Consuelo), Carlos Pellegrino (Don Crispín), Oscar López Penza (Totó), Romana Farres (Hortensia), Víctor Vidal (Autoridad), Rafael Rodríguez (Voz de Dios), Liliana Becerra, Leonardo Caprara, Suzana de Luca, Sandra Guida, Robertino Loras, Rodrigo Monti, Patricia Pisani, Pedro Utrera, Anahí Allué, María Cristina Arbrt, Norberto Maceri, Sandra Barrientos, Josse Muñoz, Danielle Marka, Fabián Biscione, Ricardo Orlando, Myrtha Coronel, Gabriel Rovito, Sergio Rebolini, Miriam Costamagna, Tony Lestingi, Mariana Lamagni, Alfredo Suárez, Carlos Scaramella, Omar Sucari y Marina Tórtora. Reemplazos: Guillermo Aragonés (Silvestre), Tony Lestingi (Totó), Sandra Guida (Clementina), Patricia Pisani (Consuelo), Jorge Baza de Candia (Don Crispín), Suzana de Luca (Hortensia) y Carlos Scaramella (Autoridad). También estuvieron: Javier García, Adriana Chiesa, Juan Carlos Puppo, Laura Rivó, Boris Rubaja, Déborah Warren, Gabriela Lorenz.
Estreno: 1992. Permanencia: 9 meses. Teatro: Lola Membrives. Dirección musical: Alejandro Porta. Reproducción coreográfica en Argentina: Sara Duende. Producción: Lorenzo y Carlos Spadone. Dirección general: Carlos Veiga. Elenco: Juan Darthés (Silvestre), Inés Estévez (Clementina), Alfredo Iglesias (Don Crispín), María José Demare (Consuelo), Diego Jaraz (Totó), Mónica de Andrés (Hortensia), Charlie Rappaport (Autoridad), Tincho Zabala (Voz de Dios), Mariela Goldszmith, Gustavo Bertuol, Alicia Mistral, Mónica Butineff, Valeria Pérez Roux, Josse Muñoz, Miriam Costamagna, Claudia Bolla, Mariana Lamagni, Diego Ulloa, Silvia Malerba, Gustavo Wons, Gustavo Negri, Karina Kogan, Darío Petruzio, Mónica Sanders, Ariel Tobio, Jorge Berner, Claudio Gazul, Karina Bárbara, Analía Bertaina y Leonardo Caprara. Reemplazos: José Bendele (Silvestre), Daniela Fernández (Clementina), Ariel Tobío (Totó) y Alicia Mistral (Hortensia).
Estreno: Enero de 2011. Permanencia: 3 meses. Luego, 3 meses más. Sala: Teatro Tronador, Mar del Plata. En enero de 2012 se reestrenó en El Nacional, de Buenos Aires. Coreografía: Rubén Cuello. Producción: Chino Carreras y Juan Durán. Dirección musical: Martín Bianchedi. Dirección general: Manuel González Gil. Elenco: Juan Durán (Silvestre), Natalie Pérez (Clementina), Julia Calvo (Consuelo), Pablo Nápoli (Don Crispín), Juan Bautista Carreras (Totó), Teresita del Río (Hortensia), Tamara Solange, Victoria Dolan, Antonella Fucci, Melisa Fucci, Natalia Mouras, Andrea Oyanto, Manuela Núñez, Lucía Valenti, Santiago Almaraz, Leandro Bassano, Santiago Cruz, Rodrigo Cuello, Marcelo Durán, Ezequiel Fernández, Diego Gómez y Pablo Graib. En la reposición porteña María Fernanda Riera Álvarez, Diego Restivo, Jorge Cignetti, Juan Quiroga y Mikhael Sánchez ingresaron al ensamble. Voz de Dios (en off): Manuel González Gil. Dirección coral: Gabriel Giangrante.