En su esencial La música en el cine, el crítico francés Michel Chion señala que el período silente estaba desesperado por sugerir sonidos estruendosos justamente para poder suplir esa falta auditiva que les faltaba a sus films. No parece casualidad, frente a esto, que el primer largometraje en popularizar el sonoro haya sido El cantor de jazz (The Jazz Singer-1927), film que sugiere sonido y canto desde su propio título.
Ni bien se popularizó el cine sonoro empezaron a hacerse musicales de manera sistemática, siendo conscientes de que el público quería escuchar música frente a la gran pantalla. Al punto tal es así que en el período que va de 1927 a 1933 se hicieron proporcionalmente más películas musicales por año que en cualquier otra época.
De 1927 hasta 1960, se establecería lo que se conocería como el género musical, que gozó en esos más de treinta años de una popularidad extraordinaria que luego no volvería a tener.
En ese período se hicieron además grandes películas, con ciertas constantes que fueron marcándose con el correr de los films. Dos de ellas sumamente importantes: que el cine musical no terminaba mal, y que no estaba atravesado por la muerte. No eran reglas escritas, por supuesto, pero estaban tan claras para el público como hoy lo es que la mayoría de las comedias románticas terminen con la pareja protagónica junta.
A menudo, a este cine musical se lo ha calificado de ingenuo, o, lo que es peor, de una prueba clara "de la ingenuidad del público de la época". Pero lo cierto es que, durante ese período clásico, ni el público era tan ingenuo, y mucho menos lo era el cine de Hollywood.
La mayor parte de las películas musicales son tremendamente felices, pero también es verdad que esa felicidad sólo podía construirse en espacios claramente falsificados, con escenarios muchas veces construidos en estudio, y donde sus protagonistas podían ponerse a cantar y bailar de la nada. O sea, esa famosa ingenuidad y optimismo del cine musical eran algo engañosas: ese universo donde nadie moría y todo terminaba bien sólo podía existir en una ficción que se alejaba por completo de nuestra realidad. Uno de sus más importantes directores fue Stanley Donen, fallecido el pasado 21 de febrero, quien dirigió algunos de sus ejemplares más icónicos.
Las películas más importantes de Donen constituyen hoy un tipo de cine que algunos juzgarían apresuradamente de avejentado, simplemente porque no obedece a los gustos masivos actuales. Sin embargo, eso es puro prejuicio. El cine musical supo ser sumamente versátil y rabiosamente creativo, y si uno entra en su código (uno no menos realista ni "ingenuo" que el de una película de acción o de superhéroes, sin ir más lejos), puede encontrarse con varias obras maestras.
A continuación, una selección de diez películas muy distintas entre sí, algunas ilustres, otras más desconocidas, que dan cuenta de los diversos estilos y directores que supo tener un género que entregó algunas de las producciones más espectaculares, populares y luminosas jamás realizadas.
Melodías de Broadway (The Broadway Melody-1929), dirigida por Harry Beaumont
En 1929, la productora MGM produjo un film con números musicales, una escena filmada en Technicolor -fue de los primeros films en hacer esto- y una trama mínima sobre el mundo del espectáculo.
El resultado de esto es lo que para muchos es el primer musical de Hollywood, aún cuando nadie lo llamaba de ese modo al momento de su estreno. En todo caso, el tremendo éxito de este largometraje y su posterior Oscar a la mejor película hizo que distintas productoras (entre ellas la MGM, que haría más por el musical que cualquier otra en la historia), se pusieran a hacer películas con canto y baile que derivarían en el tipo de cine que todos conocemos.
The Broadway Melody tendría tres secuelas posteriores en 1936, 1938 y 1940, todas ellas nuevamente con tramas mínimas y muchas coreografías. Acaso la más memorable de todas siga siendo una de 1940 que Fred Astaire haría junto a Eleanor Powell, y que muestra la impresionante química que había entre los dos bailarines.
Lamentablemente, los dos se llevaban bastante mal fuera del escenario y fue imposible cualquier tipo de asociación sostenida. Cuestiones de egos enormes que en Hollywood suceden históricamente con mucha asiduidad.
Calle 42 (42 Street-1933), dirigida por Lloyd Bacon
Posiblemente no haya un nombre más importante en los comienzos del género musical que el coreógrafo Busby Berkerley. Sus ideas sobre baile y puesta en escena innovaron de manera clave el género al pensar que el cine musical debía de ser muy distinto que un musical teatral. Así es como imaginó coreografías espectaculares con figuras geométricas donde la propia cámara pareciera estar danzando junto con sus bailarines.
En algunas películas su figura es tan importante que hoy hay films a los que vemos más suyos que de la persona que lo produjo o dirigió, por el sólo hecho de que sus coreografías tienen su esencial impronta. Dos de estos casos son 42nd Street y Gold Diggers of 1933. Películas en las que Busby Berkerley no sólo experimenta visualmente, sino que además junta el tono alegre del musical con temas especialmente densos para la época.
De estos dos films, Calle 42 es el más logrado, y puede que sea además la primera obra maestra del género. Mezcla de musical feliz que reflexiona sobre el mundo del espectáculo, al mismo tiempo que un relato lúcido sobre la crisis de los 30 en los Estados Unidos. Un film que puede mezclar en una misma coreografía una imagen evocativa de la violencia en los márgenes de la sociedad y luego un número feliz de baile. A esto se le suma una cantidad innumerable de imágenes de connotaciones sexuales que parecen mostrar sutilmente que el erotismo, aunque sea de forma lateral, puede ser también otra forma de escape frente a la tragedia económica. O sea, una rareza en la que el más artificial de los géneros se encuentra con la más cruda realidad, y deja como resultado algo extremadamente bueno.
El Mago de Oz (The Wizard of Oz-1939), dirigida por Victor Flemming
En 1939, Hollywood entregó dos de las películas visualmente espectaculares de su historia: Lo que el viento se llevó y El Mago de Oz. Curiosamente, en ambas figuraba un mismo director en los créditos, que, por otro lado, no había sido ni por asomo el principal responsable de esos largometrajes.
En el caso de El Mago de Oz, quien llevó mayormente las riendas del proyecto fue el productor Arthur Freed, nombre imprescindible en la historia de los musicales que con este film quiso volver a replicar el éxito enorme que había tenido la versión de Disney de Blancanieves y los siete enanitos.
El resultado fue un film que no tuvo inicialmente el éxito esperado, que estuvo repleto de problemas de producción, y rodeado de anécdotas mórbidas en su rodaje. Así y todo terminó constituyéndose como uno de los largometrajes más icónicos de todos los tiempos.
Acaso el mayor encanto que tiene hoy El Mago de Oz no reside solo en su impresionante despliegue de producción y en el tremendo carisma de su protagonista Judy Garland, sino también en un sofisticado y ambiguo juego de puesta en escena que parece contradecir su contenido. O sea: mientras El Mago de Oz nos dice en su relato que no hay mejor tierra que el hogar, visualmente hablando, es un film que nos presenta el hogar real de Dorothy con un blanco y negro ocre, mientras la lejana tierra de fantasía de Oz es un espacio visualmente hermoso y alegre, filmado en un Technicolor que quita el aliento.
En el fondo, cuando uno contempla estos dos mundos, es casi increíble que Dorothy quiera irse de allí. Lo que es increíble también es la película en sí misma, uno de los grandes musicales jamás filmados, y un ejemplo claro de que la ambición desmedida no tiene que venir acompañada de un film con temas abiertamente profundos o solemnes. Véase de manera urgente, y mientras en mayor calidad de imagen, mejor.
Sombrero de Copa (Top Hat-1935), dirigida por Mark Sandrich
Uno de los ejemplos más efectivos de star-system en la historia del cine fue, sin lugar a dudas, la dupla conformada por Fred Astaire y Ginger Rogers. Pareja que realizó diez películas entre 1933 y 1949 y que poseía una química en pantalla que (al menos por lo que dicen los biógrafos de ambos actores) era antitética a cómo se llevaba en la vida real. La pareja en cuestión terminó conformando un corpus de películas entrañables y luminosas, aunque con resultados dispares.
Sombrero de Copa quizás sea el mejor film de esta dupla. Relato sobre enredos de identidades donde los personajes de Ginger y Fred empiezan llevándose mal para ir amigándose hasta el enamoramiento. La trama es un cliché, pero es una gran excusa para mostrar chistes brillantes, algunos secundarios muy graciosos (y uno de ellos especialmente sufrido) y, por supuesto, números musicales hermosos. Entre ellos, el más icónico, el de la canción Cheek to cheek, compuesta por Irving Berlin, y que tiene uno de los momentos más elegantes de la historia de este género.
El Pirata (The Pirate-1948), dirigida por Vincente Minnelli
Uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos, Vincente Minnelli se destacó a lo largo de su filmografía por dirigir tanto grandes melodramas (vean alguna vez maravillas como Sed de vivir, Dios sabe cuánto amé, o Cautivos del mal) como extraordinarios musicales. De este último grupo pueden encontrarse, por ejemplo, la célebre Un americano en París (An American in Paris, 1951), la ambigua Meet me in St. Louis (1944), la hermosa Brindis al amor (The Band Wagon, 1953).
De todos sus musicales, El Pirata es su obra maestra menos valorada. Film en el que una mujer (Judy Garland, ya en ese momento esposa del realizador) enamorada de un pirata a quien conoce a partir de relatos y leyendas, se termina enamorando no del maleante real, sino de un actor que lo suplanta e interpreta mejor sus fantasías. Se trata de una película magistral, que reflexiona sobre los límites entre el artificio y la realidad, la verdad escondida detrás de las representaciones y la relación que se tiene con los sueños.
Una película con una (otra) actuación enorme de Judy Garland, y con Gene Kelly mostrando como nunca por qué era llamado un bailarín atleta (en contraposición con el estilo más elegante y sutil de Fred Astaire). Entre tantos momentos sublimes del film, se encuentra un baile de Gene Kelly rodeado de fuego que es lo más parecido a una fantasía sexual que ha dado el musical del período clásico. Una de esas joyas enormes que grita por ser canonizada como corresponde.
Cantando bajo la lluvia (Singing in the Rain-1952), dirigida por Stanley Donen y Gene Kelly
Es prácticamente imposible decir algo nuevo sobre esta película enorme y euforizante, representación inevitable de la parte más luminosa del cine norteamericano, y que ha sido homenajeada y parodiada hasta el hartazgo. Puede decirse de ella que es, junto con Sunset Blvd. de Billy Wilder y la mencionada Cautivos del mal de Vincente Minnelli, la más importante película que Hollywood hizo sobre su propia industria. A diferencia de estos dos films,
Cantando bajo la lluvia sólo parece tener celebraciones para hacer de sí misma (es una película que celebra a Hollywood hasta cuando la parodia), y logra con un espíritu cómico y no exento de didactismo explicar el pasaje del período silente al sonoro y todos los cambios que tuvieron que hacer las productoras en ese entonces.
Suele decirse que este es el musical definitivo y que es la prueba perfecta para saber si a uno le puede gustar este género. O sea, si a uno no le gusta este film, es imposible que se acerque a otros de este mismo género. Ahora bien, una vez que uno se acerque a este y le guste, recomiendo, además de los otros musicales mencionados en este listado, los otros films de este género que filmó la dupla Stanely Donen y Gene Kelly. Por ejemplo, Un día en Nueva York (On the Town-1949) -con su cantidad innumerable de alusiones sexuales apenas vedadas- y sobre todo, Siempre hay un día feliz (It's Always Fair Weather), parodia extraordinaria del mundo televisivo que tiene, además, una inolvidable coreografía con patines.
Los Caballeros las prefieren rubias (1953-Gentleman Prefer Blondes), dirigida por Howard Hawks
Quizás las dos mejores películas protagonizadas por Marilyn Monroe sean Una Eva y Dos Adanes (Some like it hot-1959) y Los caballeros las prefieren rubias. En las dos, Marilyn canta y baila, y en las dos se muestran dos formas antitéticas de concebir a una de las más grandes leyendas de Hollywood.
Si en Una Eva y dos Adanes hace de una mujer ingenua inconsciente de su condición de tremenda bomba sexual; en Los caballeros las prefieren rubias, Marilyn compone un personaje no sólo consciente de su erotismo sino que está más que dispuesta a usarlo a su favor. No obstante, la película no la juzga moralmente, sino que, por el contrario, ve un encanto en la transparencia con la cual ella es una mujer absolutamente material.
La película en cuestión sería especialmente famosa con el correr del tiempo, y generaría homenajes muy conocidos, entre ellos el de Madonna cantando Material Girl entre diamantes y en el de la presentación espectacular del personaje de Nicole Kidman en Moulin Rouge! (2001). Así y todo, este film es mucho más que una escena icónica reproducida en otros films; se trata de una comedia excepcional, con una dupla protagónica inolvidable (a Marilyn hay que sumarle a una Jane Russell en estado de gracia), y una de las declaraciones de amor finales más insólitas que haya dado la historia del cine.
Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers-1954), dirigida por Stanley Donen
Película acerca de siete varones de frontera que están dispuestos a casarse como sea, aunque tenga que ser raptando mujeres por las que se sienten atraídas. Más de una vez se ha señalado este musical como una fantasía tremendamente sexista, lo que, por cierto, es una acusación absolutamente válida.
Pero, como diría Godard, toda película termina siendo un documental sobre su tiempo, y hoy este film de Donen tiene una cantidad impresionante de chistes y hasta temas musicales enteros que eran considerados amables décadas atrás, y que hoy serían inviables.
Sin embargo, como diría Wilde, las obras de arte no son buenas ni malas, sino que están bien o mal hechas, y Siete novias para siete hermanos es un musical visualmente espléndido, en donde Donen juega a hacer una película que teóricamente transcurre en espacios abiertos y naturales, pero construyendo los escenarios en estudios intencionalmente pequeños y artificiales donde se suceden bailes espectaculares. También, de paso, es uno de los pocos casos de musical del período clásico que no necesitó a ninguno de los miembros principales del star system asociados al género (ni Astaire, ni Garland, ni Kelly, ni Cyd Charisse), para volverse una gran película.
Nace una estrella (A Star is Born, 1954), dirigida por George Cukor
La segunda y mejor de las cuatro versiones de Nace una estrella es una de esas obras maestras monumentales y ambiciosas (incluso iba a durar tres horas, y tuvo que ser cortada) que se atreve a unir el género musical con una historia trágica.
En el momento de su estreno, Nace una estrella fue muchas cosas: un retorno de Judy Garland a la pantalla grande después de cuatro años de ausencia; una película que impulsó en Hollywood la narración dramática con canciones, y la confirmación de que James Mason podía ser uno de los más grandes intérpretes que tenía Hollywood en ese momento. Vista hoy, resulta también una de las reflexiones más lúcidas que se haya hecho sobre la figura de la fama y su contraste con el mundo de lo cotidiano, además de una película cuyo carácter angustiante (angustia que se transmite hasta en algunos números musicales supuestamente felices), y sus reflexiones sobre el vacío que puede producir el éxito parece imposible de disociar de la figura de la actriz Judy Garland y su terrible destino posterior.
Party Girl (1958), dirigida por Nicholas Ray
Puede ser extraño incluir como musical a un film noir, pero en verdad no hay mucha diferencia entre un largometraje como este y Nace una estrella, de George Cukor. Ambas películas dialogan claramente con el género musical y lo mezclan con otro tipo de cine (el melodrama, en un caso, el cine negro, en el otro) para hacer un híbrido extraordinario. De hecho, ambos largometrajes juegan con dos figuras icónicas del género como son Judy Garland, por un lado, y Cyd Charisse, por el otro.
Garland era la chica inocente, y Charisse siempre tuvo en los musicales una presencia más claramente sexual (de hecho, era famosa por la perfección de sus piernas). Charysse, incluso, siempre tuvo un aire más cercano a femme fatale, algo de lo que da perfectamente cuenta la película Cantando bajo la lluvia en un clip que la tiene a ella como protagonista.
Party Girl se hace consciente de esta característica de la actriz y construye con Charisse un personaje que canta y baila, al mismo tiempo que posee una moralidad ambigua. Además de números de danza sobrios y hermosos que ponen de relieve la enorme presencia de la protagonista, el film también se constituye como una extraordinario relato de pasiones amorosas con una puesta en escena soberbia por parte de uno de los grandes y más encendidos directores que haya dado el cine. Incomprendida en el momento de su estreno, Party Girl es una de esas películas a las que el tiempo sólo ha podido hacer más y más enorme.